por Ana María Rodríguez Novoa
Hay en ese escenario inmenso que es la ciudad una serie de lugares, de personajes y de rituales que le confieren su carácter y su escencia. Pese a lo disímiles y diversas que pueden ser nuestras ciudades latinoamericanas o españolas, partiendo de la base de procesos de evolución y desarrollo distintos, encontramos sin embargo elementos que se repiten y que se convierten en parte fundamental de la iconografía popular.
Ya sea en la peatonal Florida de Buenos Aires, en la Plaza de Armas de Lima o en la Plaza Mayor de casi cualquier ciudad latinoamericana o española, además de un número impreciso de palomas que revolotean alrededor de los transeuntes, se encuentra sin falta un personaje entrañable de la memoria urbana: el lustrabotas, limpiabotas, lustrador, embolador o bolero. Dependiendo de la latitud donde se encuentre, se le denominará de esta u otra manera.
El lustrabotas es un personaje de referencia urbana. Se sabe que el betún se hizo producto comercial a principios del siglo XX, pero ya a finales del siglo XIX los lustradores ofrecían sus servicios en las calles de las principales ciudades del Reino Unido.
También ha hecho parte de historias contadas en el cine, como es el caso de El Lustrabotas (1946), la película de Vittorio de Sica, director de la generación del neorrealismo italiano, que narra la historia de Pasquale y Giuseppe, dos muchachos que se ganan la vida lustrando las botas de los soldados durante la Segunda Guerra Mundial o de El Bolero de Raquel (1956), la película mexicana protagonizada por Cantinflas en la que, con mucho humor, interpreta el papel de bolero.
En Colombia el humorista Jaime Garzón, tristemente asesinado en agosto de 1999, caracterizó con su particular humor ácido y contundente, entre otros personajes, a Heriberto de la Calle, un embolador más bien impertinente que ´lustraba a los más ilustres´ del panorama nacional.
No cabe duda que la mayoría de las veces el lustrador es un tipo afable, quien desde su espacio de no más de un metro cuadrado de área, es testigo de la transformación inminente de la ciudad. Incluso hace las veces de guía turístico, pues está perfectamente enterado de dónde se encuentran los sitios más representativos del sector y es siempre uno de los mejor informados del acontecer diario.
Al disponer de un poco de tiempo, y mientras realiza su labor, el bolero puede informar de todo lo que sucede en la ciudad, partiendo por los deportes, si se quiere, adentrándose incluso en temas como la política y la economía. Porque en su faena diaria un lustrabotas puede hacer los zapatos de un gerente de banco, así como de un redactor deportivo, entre muchos otros. Y como dentro de sus características más importantes está el provocar la charla fácil, pues al final, algunas veces, al cliente termina por escapársele una que otra infidencia que no se encuentra ni en los periódicos.
El ritual de una lustrada consiste en lo siguiente: tan pronto como el cliente se acomoda en la silla correspondiente, el lustrabotas procede a retirar el polvo de los zapatos con un trapo seco o un cepillo. Dependiendo del color de los calcetines les coloca unos pláticos protectores, para evitar manchas (y los consecuentes problemas con el cliente, claro está!). Luego les aplica la tintura líquida o el betún, ya sea directamente con los dedos o con un cepillo pequeño, del color que corresponda con el calzado. Cabe anotar aquí que cada lustrador tiene sus propios métodos y estrategias y hay quienes usan tintura líquida y luego betún, o incluso incluyen el préstamo del periódico del día para atraer a la clientela, pues en un oficio tan incierto como este, donde nunca se sabe cuánto se hará al final del día, el lustrador ha de ser recursivo.
Para que el resultado de la polichada sea óptimo se requiere esperar unos minutos, tiempo en el cual se inicia una charla descomplicada con el cliente, cuando este no decide esconderse tras las páginas de algún periódico.
Luego que el betún o la pasta han secado un poco se procede a sacar el brillo ya sea con un cepillo primero o directamente con un trapo de franela. Algunos aconsejan que se haga con dril satinado que no raya el cuero y desaconsejan el uso de medias veladas porque hacen que el cuero se debilite.
Y así podríamos seguir contando los múltiples trucos que usan estos embellecedores del calzado para lograr una pulida, encharolada o americana perfecta, pues ´es la práctica la que hace al maestro´ y son muchos de ellos los que llevan años y años dedicados a esta profesión informal. A lo largo del tiempo muchos se han topado con personajes famosos, como políticos, artistas o deportistas y han sido hasta sicólogos, consejeros o críticos. Incluso ha habido el caso de prominentes que se iniciaron en la vida siendo lustrabotas, como José Asunción Flores, el compositor paraguayo, creador del género musical denominado ´guarania´, Alejandro Toledo, mejor conocido como El Cholo Toledo y quien fuera presidente del Perú de 2001 a 2006, o Luiz Ignacio Lula da Silva, actual presidente de Brasil.
Pero no son sólo los hombres los que ejercen esta noble profesión: con el auge inevitable de la economía informal y siguiendo los principios la ´ley del rebusque´, tan popular en nuestras ciudades latinoamericanas, a estos se han sumado mujeres, muchas de ellas cabeza de familia, que intentan mejorar la economía de sus hogares, así como muchos niños a quienes, como es el caso de Bolivia, el no poseer recursos económicos de subsistencia les impide acceder a la educación básica -que entre otras debería ser obligatoria y gratuita en todos los países del mundo-, por lo que se dedican a recorrer las calles con sus cajoncitos de madera al hombro para buscarse la vida. Lamentablemente muchos de estos niños proceden de familias destruídas por la pobreza y la violencia, no tienen sitios fijos dónde pasar la noche y lentamente van tomando el camino de la delincuencia, la drogadicción o la prostitución, siendo incluso víctimas del abuso de la autoridad en muchos casos.
Ya sabemos que nuestras ciudades latinoamericanas cuentan todos los dias historias tristes. Es inevitable. Pero no todo es malo. Hay un montón de anécdotas divertidas que estos lustrabotas, cronistas urbanos natos, tienen para contar; mucho de sabiduría popular, que solo se aprende en la Universidad de la Vida. Al final, qué seríamos los latinoamericanos sin nuestro sentido del humor, la única terapia para sobrellevar los malos ratos, que no son pocos.
Ay, Heriberto de la Calle, cómo se te echa de menos!
2 comentarios:
muy buaen ainformacion grasias
muy buena informacion grasias
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