lunes, 31 de marzo de 2008

PROYECTO QUIPU / 2 / ÁLVARO DÍAZ DÁVILA

Quipu 2

El segundo autor elegido en esta nueva etapa del Proyecto Quipu es Álvaro Díaz Ávila, chiclayano de veinticuatro años, que estudió periodismo y que ahora dice dedicarse a algo “que no tiene nada que ver con eso”. Para esta quincena los jurados fueron Daniel Salas y Gustavo Faverón. Se le recuerda a quienes quieran participar que pueden enviar sus cuentos o poemas al correo gfaveron@gmail.com. Los cuentos no seleccionados para una quincena serán considerados para las quincenas siguientes.

EL JARDÍN DE LOS ONANISTAS

Álvaro Díaz Dávila

¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué soy yo aquí? Soy un pincho parado.

(Fue lo que dijo el poeta chiclayano Juan Ramírez Ruiz en una reunión de amigos una noche cualquiera).

Bruno ha desaparecido y nadie sabe dónde está. Hace meses que salió de su casa y se perdió para siempre de la vida de todos. Hasta ahora lo siguen buscando, pero creo que ya sin esperanzas de encontrarlo. A medida que los meses han ido avanzando, el recuerdo de Bruno se ha convertido en un fantasma que se filtra en nuestras vidas, en nuestras conversaciones y en nuestros sueños. Ayer soñé, por ejemplo, que a Bruno se lo llevaba un cohete espacial que decía con letras negras “La Incertidumbre”. Por eso, yo al menos, no he dejado de pensar en él ni en las posibles razones de su desaparición; una desaparición que al principio resultó extraña, pero que después regresa a nuestras especulaciones como una escalofriante consecuencia lógica, como si el destino de Bruno se hubiera condenado a sí mismo a evaporarse, a desintegrarse voluntariamente en su propio y patético drama de un artista que no sabe quién ser.

Un día me dijo: “No sé lo que pasa, pero siento que todas las chicas con las que he estado son la misma, todas han sido la misma mujer solo que con diferente cuerpo, como si en cada una de ellas se repitiera un mismo prototipo, una misma forma de ver la vida”. Esa idea lo estuvo torturando por mucho tiempo. La vida de Bruno, como sus mujeres, se repetía constantemente desde niño, como dando círculos sobre lo mismo, y por alguna razón que no entiendo, un día Bruno se da cuenta de eso. Esas cosas no las entiendo. Era como si, de pronto, Bruno hubiera decidido despertar, o en todo caso, lo hubiesen despertado de manera imprudente y empezara a darse cuenta de que la vida consistía en algo más. Bruno a cada instante nos decía que de chico pensaba que la vida le tenía guardada una sorpresa, nadie se lo había dicho pero él estaba convencido de eso, y él mismo ha vivido --nos dijo-- como si su vida no fuera su verdadera vida, porque su verdadera vida vendría luego, y sería distinta, más divertida, pero eso lo pensaba desde niño, pero ha ido creciendo y creciendo y me he sentido muy pequeño, muy defraudado, todo es tan difícil, tan grande, tan lejos de mí, ahora me he convencido de que la vida no me tenía guardado nada, vida pendeja, y ahora estoy caminando a oscuras. Sus palabras.

¡Ay! Qué habrás estado esperando de la vida, Bruno. Antes Bruno vivía feliz y triste, triste y feliz, su vida de lo mismo: sus canciones de siempre, su madre, los programas de televisión de siempre, sus amigos de siempre, sus enamoradas --todas iguales-- de siempre, sus tormentos cotidianos de siempre, su maniática sensibilidad de siempre, todo mezclado en un torrente de emociones que lo demolían diariamente y lo hacían componer canciones bonitas; sí, bonitas, pero nunca totalmente desgarradoras, bonitas pero que nunca terminaban por decir lo que él realmente sentía, bonitas pero no realmente buenas; y Bruno descubrió eso también y se regañaba a sí mismo, y se deprimía, se ofuscaba y sufría una pequeña desesperación interna. Una pequeña desesperación interna que yo supongo es la misma que siente alguien que se da cuenta que su vida es una farsa. O la misma desesperación interna de alguien que pudo ver su futuro a través de una ventana y lo que vio fue un túnel muy oscuro y casi infinito. Cosas así sin exagerar.

La vida de Bruno empezó a cambiar. Primero, con ligereza, con repentinas y extrañas decisiones y cambios de humor, y luego con más fuerza e intensidad hasta llegar a convertirse en un verdadero delirio melancólico. Hasta llegar a convertirse en un sueño confuso o surrealista. O algo así, porque con Bruno la realidad simplemente dejaba de ser la realidad; como cohetes que llevan escritos las palabras “La Incertidumbre”. De plano, confieso que la idea me entusiasmó, a mí me parecía realmente divertido que un artista mediocre y sin confianza en sí mismo como él llegara a ensimismarse y a interrogarse tanto sobre su propia vida, que lo haya hecho desconectarse con la realidad. Porque yo conocía muy bien la vida de Bruno, de su timidez, de sus historias corrientes, de sus amoríos con discreta emoción, de sus sufrimientos adolescentes y anodinos, de las cuatro o cinco bandas, libros y películas que forman su reducida enciclopedia cultural, de su incapacidad de acercarse a los riesgos y tomar decisiones trascendentales, de almacenar en su mundito interior sólo programas de televisión de infancia, de su romanticismo empalagoso como el chocolate. En el fondo y en apariencia, Bruno era un niño. Uno lo miraba y era imposible resistirse a su encanto de chiquillo inquieto y dulce; hablabas con él y creías que hasta hace un rato había estado jugando en un jardín escolar. Había cumplido veinticinco años pero aún llevaba dentro de sí la inconsciencia y la espontaneidad de un niño; no he conocido a alguien tan espontáneo como Bruno, era impensable encontrar en él una premeditación, o una interrogación exagerada de las cosas. Bruno hablaba y se comportaba desde su “yo”, su único y valioso “yo”. Un niño Bruno condenado a ser atravesado por sus emociones, a dejar que la vida lo traspase sin pensar demasiado, sin profundizar mucho en nada, la contradicción de una lágrima en constante caída acompañada de una sonrisa eterna. Pero Bruno cambió y yo la verdad esas cosas no las entiendo. ¿Cómo es que un chico ordinario como Bruno pudo volverse líricamente loco? O hermosamente loco, o fascinantemente loco, o entrañablemente loco. Por lo general la gente no cambia así, drásticamente, y entonces a lo mucho Bruno se deprimía una o dos noches, pero hubiese regresado a su mediocridad cotidiana, porque así somos los chicos ordinarios, y porque Bruno, como cualquier otro chico ordinario, olvida inconscientemente las preocupaciones que pudieran estremecerlo, y eso porque carece de profundidad. Y así, sin dramatismos, se podía pasar la vida hasta morir en dulce ignorancia. Sin embargo Bruno se despertó un día y un cohete llamado “La Incertidumbre” se lo llevó de su mundo para depositarlo en el planeta de todos nosotros. Desde entonces Bruno preguntaba sobre la vida, la muerte y el sentido de las cosas y al principio uno lo escuchaba y se reía, porque nadie pensó que las cosas se irían tomando demasiado en serio. Por mi parte yo ya empezaba a observar la vida de Bruno con especial gozo --en realidad me moría de la risa--. Me convertí en seguidor silencioso de su progreso de artista confundido, afanoso en conocerse a sí mismo. La personalidad de Bruno se hacía –graciosamente-- más compleja y contradictoria. Dentro de él empezó a nacer –graciosamente-- su otro yo autodestructivo y malsano. Y Bruno se quedaba largos ratos en silencio, mirando el techo. El techo. Y Bruno caminando de aquí para allá buscando un pensamiento. Un pensamiento. Probó la marihuana, aunque fracasó en sus locas ganas de volverse un adicto porque le incomodaba sobremanera su efecto. Bruno sufriendo por el tiempo, a quién denominó su principal enemigo. Esta angustia por el tiempo perdido se desencadenaba de un momento a otro, cuando él advertía que lo que estaba haciendo no servía de nada para sí mismo, entonces, por ejemplo, en mitad de una película a la cual Bruno no le encontraba “esencia”, se paraba y se iba, ¿a dónde?, a estar conmigo mismo, nos decía. O de pronto, una mañana a Bruno lo veías corriendo, literalmente, diciendo que aquel “fantasma de vacío” lo perseguía y no había que dedicarle más tiempo, por eso corría porque tenía que coger un libro, o escuchar un disco.

Su primer trastorno fue la paranoia con su voz. Empezó a preocuparse por su voz, estaba convencido de que su voz no era la misma siempre, que cambiaba constantemente conforme a su estado de ánimo, o a lo que él llamaba su “fuerza interior”. Se convenció tanto a sí mismo de esa idea, que uno de verdad empezaba a notar las diferencias, entonces a veces se le notaba seguro, con buena pronunciación, hablando con énfasis cada palabra, y otras, se le notaba cansando, frágil, incluso hasta tartamudeaba. Era el reflejo de estados interiores, y por eso, lo que añoraba, era una voz suave y áspera, una voz suave que se dilatara con el viento.

Pasaba todo esto y a mí me parecía que todo lo que hacía Bruno lo apañaba de ternura e ingenuidad. Yo lo miraba, y lo convertí rápidamente en mi héroe personal, aquel personaje cotidiano y ordinario que hace todo lo posible por revelarse contra su destino de la eterna repetición de lo mismo. En el fondo, Bruno anhelaba apasionarse con algo, no sé si habrá llegado a esa conclusión, pero estoy seguro de que lo que Bruno buscaba era aquella pasión que le diera algo de sentido a su vida. Pero la pasión siempre le fue esquiva, desaparecía de su ser como arena entre las manos, llegaba a su vida como relámpagos fugaces, verdaderos y efímeros momentos donde realmente “sentía” la vida, aunque eso se desvanecía rápidamente y regresaba a su frivolidad diaria. De eso trata su locura, de aquel delirante deseo de agarrarse de aquello que lo hiciera sentirse vivo, era un náufrago que se hundía en el mar de la convencionalidad, y donde la única salvación era lo trascendente, lo inmortal y lo superior. Pero el camino a ello no era el conocimiento ni la intelectualidad, sino la pasión, es decir, la sangre en las venas, la presión en el estómago, la exaltación de los sentidos, la emoción pura, y en los últimos meses que lo vimos luchaba por alcanzarlo, o al menos jugaba a que luchaba.

En todo ese tiempo Bruno mantuvo una relación con Leila, su última novia, a quien amenazaba con dejarla mil veces, de las cuales cumplió tres, para luego regresar a los brazos de la pobre y confundida Leila, convencido de que no podía vivir sin ella, pero atormentándose porque en el fondo no la soportaba por ser tan convencional e incapaz de entenderlo. Pero Bruno la necesitaba, eso era evidente. Leila era la primera oyente de sus canciones, la única discípula de sus doctrinas, la cómplice infalible de sus proyectos. Leila estaba allí siempre porque lo amaba, porque le creía todo. Y si quiero ser tajante en este punto, diría que si alguna vez Bruno llegó a ser algo de lo que pensó para sí mismo pues lo fue para Leila. Y fue Leila la primera en convertir la desaparición de Bruno en un suceso místico, y por ratos, cuando se emocionaba, en profético. Porque Leila sentía que lo estaba perdiendo, que se le escapaba de sus brazos, que lo veía y era como si no estuviera, como un vacío, y Bruno con sus besos le estaba diciendo adiós. Cuando empecé a escribir esta historia indudablemente lo primero que hice fue buscar a Leila y hablar sobre Bruno. Leila fue la única testigo de los últimos días con nosotros. Me hice muy amigo de ella y pude sacarle detalles muy personales. Leila me cuenta por ejemplo que los últimos cinco días casi no salía de su cuarto para nada. Bruno aún vivía con sus padres y ellos se preocupaban por alimentarlo, aunque ya casi no tenían ninguna comunicación. Salvo Leila, quien se quedaba a dormir con él y hacían el amor de vez en cuando. Me contó incluso que en el acto sexual Bruno actuaba de manera rarísima; se colocaba encima, escondía la cabeza entre el cuello y el hombro de Leila y no decía nada y no emitía ningún ruido, solo escondía la cabeza y se movía por unos segundos hasta terminar. Las últimas veces habían sido así y para Leila se convirtió en un acto casi de gratitud. Ella entendía eso como que Bruno salía de su refugio en sí mismo para aplacar lo más rápido posible esa necesidad “desagradable”. Esa fue la palabra que utilizó Bruno para referirse al deseo sexual: desagradable. Y con esa palabra escuché --y también entendí-- otro de los grandes tormentos que soportaba Bruno casi en silencio: su incontenible apetito sexual. Yo no lo sabía, pero Bruno nunca había dejado de masturbarse. El sexo parecía envolverlo, sofocarlo, torturarlo tanto que lo odiaba. Era una adicción secreta que lo consumía todos los días, pues no podía dejar de pensar en sexo, y eso, decía él, era la más terrible de sus desgracias porque lo separaba de su esencia artística y espiritual, cosas de Bruno. Cuando me contó esto Leila yo me reí, pero ella me dijo no te rías. Para Bruno esto era muy serio. Un día Bruno estuvo pensando tanto en el asunto que soñó algo escalofriante. Soñó que unos hombres viejos vestidos de niños jugaban en un enorme jardín, y mientras jugaban se estaban masturbando. Es decir que mientras corrían y daban vueltas se estaban cogiendo el pene. Y no paraban de masturbarse hasta que se juntaron entre ellos y se tiraron al pasto para tener un orgasmo casi simultáneo, y todos a la vez entraron en un trance delirante de gritos y sonidos para luego descansar como niños con un dedo en la boca.

Hace varias semanas que estoy tratando de escribir esta historia. La corrijo y la reescribo constantemente. Tengo miedo de no expresar exactamente lo que pasó y sobretodo, no quiero reflejar dramatismos. Porque aquí todo tenía el aspecto de broma, un chiste corriente que deja de ser gracioso en el momento en que Bruno desaparece de verdad. Hasta antes de ese momento Bruno es cándido, travieso, frágil, pero nunca valiente, nunca capaz de cumplir lo que hizo luego. Y fue justamente ese sueño que me contó Leila lo que realmente me motivó a escribir. Me quedé muchos días pensando en aquel sueño y llegué a entenderlo como un simbolismo de su vida y me pareció un sueño fantástico. Entendí que Bruno era uno de aquellos viejos que corría por todo el enorme jardín sin parar de masturbarse, porque el estar en constante masturbación era su manera de “negar” la realidad, de no aceptarla, de satisfacerse consigo mismo y no necesitar de nada más que su cuerpo. Entonces Bruno prefiere masturbarse y seguir jugando en ese enorme jardín que era el mundo, para luego dormir con un dedo en la boca. Y así y así hasta hacerse viejo.

Estoy seguro de que Bruno se dio cuenta de eso y por eso tampoco dejó de pensar en aquel sueño, y su graciosa y exagerada desesperación por cambiar tuvo que ver con que quería dejar de ser ese viejo que no dejaba de masturbarse. Porque para mí su instinto sexual solo componía una parte de su compleja personalidad, y en realidad su masturbación era generalizada, es decir, vivía masturbándose con sus manías, con sus miedos, con sus complejos, con su ternura; gozaba con todo su ser y se acostumbró tanto a eso que no quería vivir en otro mundo que no sea con su propia satisfacción. Pero por alguna razón que no entiendo, Bruno quiere romper esa burbuja, ese mundito interior de autosatisfacción. Se sintió vacío, se sintió niño, se sintió inmaduro.

Una noche, meses antes de su desaparición, hablamos acerca de su futuro. Aquella vez Bruno había estado tocando sus canciones; estaba excesivamente inquieto, expresivo y de buen humor, hablaba y cantaba con graciosa vanidad, una vanidad repentina y exagerada, producto más de la exaltación y del vino que de su verdadera y frágil personalidad. Lo que pasa es que Bruno sabía que estábamos disfrutando de él, de sus manías al hablar, de sus canciones tiernas, de su voz, aquella original voz de tonalidades fuertes y ásperas que le dieron algo de estilo. Y en eso estábamos, escuchándolo cantar y hablar, hasta que, no sé por qué ni de dónde salió, decidimos increparle sobre su futuro como músico. Lo que recuerdo es que la idea inicial no tenía otra pretensión más que la de alentarlo a que pensara un poco más en lo que puede hacer con su música, a manera de un regaño de amigos. Según nosotros, era una forma de darle a entender que nos parecía demasiado bueno como para que siguiera desperdiciando su tiempo, aunque no teníamos tampoco ni idea de qué es lo que se debe hacer para llegar a algo, así que, mientras la conversación avanzaba nuestra idea se convirtió en una serie de comentarios torpes e inútiles sobre lo que debía hacer Bruno con su vida. ¿Qué más podía hacer Bruno?, quizá ninguno de nosotros se había preguntado eso de verdad, después de todo tenía su banda, había grabado, como pudo, sus canciones en un disco que repartió a sus amigos, tocaba constantemente en conciertos locales y cada vez estaba componiendo mejores canciones en un proceso creativo que él encontraba necesario y motivador; pero ¿Bruno era lo suficientemente bueno como para llegar a algo más? Esa noche nos comportamos como unos tontos, y nos pasamos largo rato deliberando sobre el destino de nuestro amigo Bruno, quien minutos antes estaba jugando de lo lindo a ser un cantante especial, sensible y seguro de sí mismo, pero después de haber sido sermoneado por nosotros empezó a sufrir un entristecimiento envolvente que parecía devorarlo y que se reflejó claramente en su semblante pálido, en su mirada fija sobre la nada y en sus comentarios que se fueron reduciendo a monosílabos distraídos y lacónicos. A veces me inclino por pensar que esa noche empezó a cambiar algo dentro de Bruno.

En una de sus últimas noches con Leila le dijo mientras miraba las estrellas por la ventana: “yo creo que el último día de mi vida será como este, mirando las estrellas y sin haber entendido nada”

sábado, 29 de marzo de 2008

EL RELOJ SE ADELANTA UNA HORA ESTE DOMINGO 30 EN EUROPA

Fuente fotográfica: Melilla Hoy. El periódico Digital de Melilla. www.melillahoy.es

En la madrugada de este domingo 30 de marzo comienza el horario de de Verano. Los relojes de todos los 27 países de la Unión Europea deberán adelantarse una hora (a las 02.00 h serán las 03.00 h), en cumplimiento de la Directiva Comunitaria que rige el denominado cambio de hora y que afecta a todos los países miembros de la UE.

DER BAUM / EL ÁRBOL / JULIO MEZA


DER BAUM


Julio MEZA


Deutsch von Aune Hartmann

Im Osten eines Himmels mit weiß getünchten Wolken erhob sich die Sonne mit ihrem charakteristischen morgentlichen Nachdruck. Sie glich einem leuchtendem Wesen, das räkelnd seinen dicken Bauch entblößt und mit der ihr gegebenen Kraft gelbe Strahlen ausstreut, die in den Felsen der sichtbar werdenden Bergspitzen ein schillerndes Licht produzieren.

Einige Meter tiefer, im Dorf, glitzerten die rötlichen Ziegel und die Fenster in den Hauswänden beim Erscheinen des Morgens.

Die kleinen Strahlen formten seltsame Zeichen, die man schon von weitem erblicken konnte.

Die Hauptkirche auf dem Marktplatz warf einen langen Schatten, der ihre Gestalt größer erscheinen ließ bis sie den Asphalt erreichte, bis hinein in den zentralgelegenen Garten. Der Schatten erfrischte die Holzbank, auf der ein Bettler saß.

Ein Häuserquadrat weiter, in der Straße, die zu den ruhigen Wassern des Flusses führt, befanden sich die Häuser der Reichen und aus diesem Grunde der am meisten beschützte und angenehmste Teil des Tales.

Eine dieser Konstruktionen, die sich auf der gegenüberliegenden Ecke befand, gehörte dem Senor, einem Manne fortgeschrittenen Alters mit einem derart harten Körper, daß der Eindruck entstand, die Jahre hätten ihn mit einer unbesiegbaren Faser ausgestattet.

Gegenüber seiner Haupteingangstür, wo er die Besuche von seinesgleichen empfing, befand sich das Resultat der vielen Jahre, die er an diesem Ort zugebracht hatte: Ein Baum mit tiefen Wurzeln, dickem und festem Stamm, sowie Zweigen und Blättern von großer Fülle.

„Wie lange eigentlich braucht dieser verdammte Dummkopf“ sagte der Herr als er aus der Veranda kam, um den Gärtner zu suchen.

Einige hundert Meter weit kam der Gärtner langsam heranspaziert, als ob er jeden einzelnen Schritt bedenke. Über seiner gebeugten Schulter und in einer Tasche aus Palmblättern trug er seine Arbeitsgeräte, einige Kleidungsstücke und einen Behälter mit Benzin.

„Wie wunderbar“, dachte er, nachdem er die Wärme der Umgebung auf seinem Körper gespürt hatte, und er begann zu pfeifen.

Die Melodie, die aus seinen Lippen floß, klang oberflächlich betrachtet fröhlich, hatte aber einen melancholischen Unterton bis hin zu einer schwindelerregenden Traurigkeit.

Je mehr er sich anstrengte ( er steckte einen Finger in den Mund und biß die Zähne zusammen) je weniger konnte er vermeiden, den traurigen Klang seiner Stimme wahrzunehmen. „Es scheint als vermelde mir mein Innerstes ein schlechtes Zeichen“, sinnierte er, aber er fuhr mit seinem - jetzt rhythmischen- Pfeifen fort.

Nachdem er an einer Einbahnstraße vorbeigegangen war, erblickte er den Senor, der ein wütendes Gesicht zeigte. Sofort begann er schneller zu laufen, er hatte begriffen, daß er recht spät ankam. „Ach, ich glaube der Herr ist sauer auf mich“, dachte er.

Bei dem Patron angekommen nahm er seine Sachen von der Schulter und grüßte ihn mit ehrlicher Freundlichkeit. „Lieber Herr, guten Tag, wie geht es Ihnen?“

„Als ob es dich interessieren würde, wie es mir geht!“ antwortete der Senor in agressivem Tonfall. “Du hättest schon vor einer halben Stunde da sein müssen!“

„Stimmt, lieber Herr“, erwiderte der Gärtner und senkte seinen Kopf. “Ärgern Sie sich doch nicht. Letztendlich bin ich ja gekommen! Oder? Sagen Sie mir, was gibt es denn zu tun?“

„Also das nächste Mal kommst du gefälligst früher,“ stellt der Herr fest, „sonst kriegst du nämlich von mir keinen Auftrag mehr!“ Und mit etwas weniger Wut in der Stimme zeigte er auf den Baum: „Okey, siehst du den ?“- „Ja“ „Ich möchte, daß Du ihn umhaust!“

„Aber“, sagte der Gärtner und betrachtete für einen Moment den Baum. „ Der ist ja gesund und stark. Warum möchten Sie, daß ich ihn fälle? „Was gehen dich meine Gründe an!“ sagte der Herr und begann sich erneut aufzuregen. „Hau ihn um, sonst nichts!“

„Wie Sie wünschen“, erklärte daraufhin der Gärtner. „Ich werde das schnellst möglichst erledigen“.

„Halt, warte mal“, sagte der Herr jetzt, wobei er sich am Kopf kratzte. „Wenn ich dir das jetzt erzähle, arbeitest du vielleicht mit mehr Lust.“

„Laß hören, Senor“. „Schau, meine Frau ist ziemlich krank“, erklärte der Herr. „Sie glaubt, sie wird sterben. Aber sie meint, daß wird so lange nicht passieren, bis ein Unglücksvogel singt. Der einzige Platz, von wo aus so ein Vogel singen könnte, ist aber dieser Baum. So und deshalb wenn dieses verflixte Gewächs nicht mehr existiert, kann man auch keinen Vogel von hier mehr hören.“

„Kapiert, Herr“, sagte der Gärtner respektvoll. „Also –

und jetzt verschwinde ich.“ beendete der Herr seine Rede, „du weißt ja, was du zu tun hast!“

Während sich der Herr zurückzog, stellte sich der Gärtner vor den Baum und beobachtete ihn mit Interesse.

Unter der starken Sonne verbreitete er das majestätische Flair eines höheren Wesens, so als wäre er etwas Bedeutendes.

„Außerdem“, dachte der Gärtner, “ scheint er von starkem Geist und festem Willen zu sein, so wie einer dieser Herren.“

Gleich fühlte sich der Gärtner ziemlich eingeschüchtert, sein Körper schien zu schrumpfen und er fühlte, wie sein Kinn auf die Brust fiel.

Diese Gedanken zeigten ihm, daß er nicht mit seinesgleichen zu tun hatte.

Nach einigen Sekunden aber, nachdem er sich klar gemacht hatte, daß er vor einem Baum stand, veränderte sich seine Haltung vollständig. Er bezog eine Kampfposition und sagte in herausforderndem Ton : „ Du wirst mich nicht besiegen! Weder mit Deinem herrenhaften Gehabe noch mit sonstwas...Und außerdem werde ich nicht zulassen, daß du der Senora Schaden zufügst!“

Für den Gärtner hatte es nun den Anschein, als erwidere der Baum auf seine Worte. Denn er schüttelte sich leicht und es sah so aus, als lache er über seine Drohung.

„So, daß ist ihr Ende, Herr Baum“, ermunterte sich der Gärtner und hob die Baumschere hoch.“ Jetzt weißt du, was ich vorhabe.“

Mit der Genauigkeit eines Künstlers begann er von den Stufen seiner Leiter aus die kleinsten Zweige abzuschneiden. Für jemanden, der nicht Bescheid wußte, sah es so aus, als würde er das Werk eines Haarschneiders verrichten, eines Mannes, der den Baum für ein besseres Wachstum beschneidet.

Nach etlichen Minuten, als er mit dieser Arbeit fertig war, und der Baum nur noch mit seinem puren Stamm dastand, nahm der Gärtner die Machete. Mit trockenen Schlägen hackte er die braunen gewundenen Hauptzweige vom Stamm.

Mit dem Gesicht und der Schulter voller Dreck stieg er auf den Boden herunter und machte sich für die schwerste Arbeit fertig: den Stamm abzuhacken.

Mit der Axt in beiden Händen schlug er ein und das andere Mal zu. Manchmal machte er eine kurze Pause, trocknete sein Gesicht ab oder trank etwas Wasser aus der Glasflasche.

Eine halbe Stunde später, er war fast fertig, (es fehlten nur noch drei oder vier Schläge), nahm er sich die Säge und setzte sie mit großer Genauigkeit auf der einen Seite des Stammes an.

Zum Schluß hackte er mit voller Kraft bis der Baum mit seinem Schrei: „Achtung, unten!“ besiegt zu Boden fiel, seiner Selbst beraubt.

„Ich sagte Ihnen doch, daß ich mit Ihnen Schluß machen würde!“ rief der Gärtner, wobei sich fast ein Lächeln auf sein Gesicht malte.

„Und jetzt werde ich es dem Herren zeigen!“

Während all dessen schien die Sonne mit voller Kraft. Wie ein Geschenk sandte sie ihre Strahlen auf alles, was existiert.

Als Antwort öffneten die Blumen ihre farbigen Knospen. Sie luden alle, die zu ihnen kamen, ein, etwas von der goldenen Energie zu schöpfen, die sich auf den Feldern ausbreitete.

Die Tiere spielten mit überschießender Freude, bewegten sich von einem Ort zum anderen und verursachten ein wildes aber glückliches Durcheinander.

Weiter weg ohne Zweifel eine Zusammenballung von Wolken des Morgens, die sich nach und nach in ein graues Gespenst verwandelten, spionierten herum wie Spukgestalten und breiteten ihre dichten Schatten über das weite Land.

Der Wind, auf seine Weise, schien gen Osten auszuhauchen, was die Klarheit des Tages störte, die Stunde der Sanftheit, die Stunde der Macht der Leidenschaft, und langsam verschob er die weißen Flecken am Himmel bei ihrer Begegnung mit dem Königstern- der Sonne.

Ohne Eile vorwärtsschreitend näherte sich der Gärtner dem Haus und klopfte an die Tür.

Sofort erschien der Herr und fragte, was er wolle.

„Ich bin fertig, Senor!° sagte der Gärtner in fröhlichem Tonfall. „Sie können Ihrer Frau bestellen, sie könne ganz ruhig sein. Ihr wird nichts passieren.“

„Hör mal, bist du nicht ganz bei Trost?“ erregte sich der Herr, hob warnend seinen Finger und sagte: „ Der Baum steht doch immer noch da!“

„Was?“ fragte der Gärtner staunend und drehte sich um. Aber nach einer Weile..........

„Mach Deine Arbeit fertig, Faulpelz!“ fügte der Herr hinzu und schloß die Tür.

Wie ein Dummkopf wendete der Gärtner seine Augen dem Baum zu mit nackter Wut: Der stand da mit intaktem Stamm, ohne einen einzigen verletzten Ast und mit Büschen von Zweigen voller Lebensfreude.

„Das wird er nicht noch mal mit mir machen!“ platzte der Gärtner wütend heraus, „das wird er nicht noch mal mit mir machen!“

Oben in den Bergen blies der Wind mit befreiender Kraft, fegte die Wolken mehrere Kilometer weit und erreichte endlich seinen eigentlichen Zweck: Er verdunkelte die ganze Gegend, so daß sie sich in Aschenfarbe verwandelte.

Die aufgeplusterten schwarzen Wolken verschossen unaufhörlich Blitze mit dem Effekt, von einem Moment auf den anderen zu explodieren.

Die Sonne, von der man nur noch einen kurzen Schein sah und einige blitzende Strahlen, starb ohne Kampf, einfach so, als wäre ihr kurze Herrschaft durchaus genug gewesen.

„Was nun, verdammt“, sagte der Gärtner, kochend vor Ärger.

Mit hastigen Bewegungen zog er sich den Pullover aus und das Hemd. Er befestigte ein Band aus Leder um seine Taille.

Ohne auch nur einen Moment abzu warten, ergriff er seine Axt und schlug wütend gegen den Stamm des Baumes. Das wiederholte er viele Male ohne sich auszuruhen oder auch nur durchzuatmen bis das Zentrum des Stammes in der Luft hing. „Jetzt muss er doch umfallen!“

dachte der Gärtner und trat dicht an den Baum. „Im Guten wie im Bösen!“. Voller Zorn fuhr er fort draufzuschlagen, jedesmal stärker, wie wenn er in einem Anfall von Wahnsinn mit Mordwerkzeugen auf ein Opfer einschlüge, daß eh kurz davor war, den Geist aufzugeben.


(Ende erste Übersetzung)

lunes, 17 de marzo de 2008

PROJEKT QUIPU / ERSTE GEWINNER MÄRZ 2008



Das Projekt Quipu wurde zunächst von Gustavo Faveron gründet, später von weiteren literarischen Blogs übernommen. Ziel des Projektes ist es, junge AutorInnen aus Peru zu finden und zu unterstützen.

Einmal in Monat wird der beste Text in den Blogs im Internet und auch sonst in der peruanischen Presse und in der zweisprachigen Radiosendung Haltestelle Iberoamerika in Deutschland veröffentlicht.

Der erste Gewinner des Quipu Projekt ist Julio Meza. Meza (27) ist in Lima, Peru geboren. Er hat Jura an der Universität Católica studiert. Bald wird er Literatur an der gleichen Universität studieren. Er hat das Buch Tres giros mortales (Casatomada Verlag, den Gabriel Rimachi leitet) geschrieben.

Im ersten Monat wurden für das Projekt Quipu sechzig Werke eingesandt. Das Märchen "El árbol" - der Baum- von Julio Meza erhielt den ersten Preis. (Aune Hartmann).

Para la primera edición quincenal de esta nueva etapa de Quipu, se recibieron seis decenas de textos de jóvenes autores (no todos llegaron a ser revisados, muchos de ellos se juntarán con otros cincuenta textos llegados en los últimos quince días). Los jurados encargados de esta primera selección fueron Javier Gárvich y Ernesto Carlín, quienes eligieron de común acuerdo los dos cuentos enviados por Julio Meza, subrayando sobre todo uno de ellos, El árbol. Julio Meza (Lima) tiene veintisiete años, es un abogado graduado en la PUCP que ahora se dispone a estudiar literatura en esa misma universidad. Ha publicado un libro de cuentos, Tres giros mortales, en la editorial Casatomada que dirige Gabriel Rimachi. Administra un blog de crítica de rock llamado Atrapa la Luz. (Gustavo Faverón).

Se seguirán publicando más poemas y relatos en Quipu . Así que sigan enviando sus trabajos a la dirección: gfaveron@gmail.com



EL ÁRBOL

por Julio Meza

Al este de un cielo de nubes blanquecinas, el sol se levantaba con su característico vigor matutino (parecía un hombre luminoso que se despereza exhibiendo una panza abultada) y, con su fuerza natural, lanzaba sus rayos amarillos que producían iridiscencias en las rocas de los cerros imponentes. Varios metros más abajo, en el pueblo, las tejas rojizas y las ventanas de las fachadas brillaban por el emerger de la mañana, y estos pequeños resplandores formaban raras constelaciones que podían verse desde las lejanías. En la plaza, la iglesia mayor proyectaba una sombra alargada, que aumentaba de tamaño hasta atravesar el asfalto, ingresar al jardín central y refrescar la banca de madera que acogía a un mendigo. A una cuadra, en la calle que conducía al río de aguas tranquilas, se encontraban las casas de las personas más pudientes, y, por ello mismo, el sector más cuidado y agradable de todo el valle. Una de esas construcciones, que se ubicaba en una esquina concurrida, era la del señor, un hombre de edad avanzada, pero con un cuerpo tan recio que daba la idea que los años, en vez de afectarle, le habían dado una fibra invencible. Frente a su puerta principal, por donde recibía las visitas de sus pares, se ubicaba el resultado de las décadas completas que había llevado en ese lugar: un árbol de raíces profundas, tronco grueso y firme, y ramas y hojas de una gran abundancia.
-¡Cuánto se demora este bruto! -dijo el señor, saliendo a la vereda para buscar al jardinero.
A una centena de metros, el jardinero venía caminando lentamente, como si reflexionara con paciencia antes de dar cada paso. Sobre su espalda encorvada, y en una bolsa de rafia, llevaba sus herramientas de trabajo, algunas ropas y un frasco con gasolina. “Pero qué rico”, pensó, luego de sentir el calor del ambiente en su cuerpo, y se puso a silbar. La melodía que brotaba de sus labios era en apariencia alegre, pero tenía una corriente subterránea que la tornaba melancólica y, en algunos momentos, hasta vertiginosamente triste. Por más que se esforzó (puso un dedo en su boca y junto los dientes), no logró evitar el aire oscuro de su música. “Parece que mi interior me manda un mala señal”, caviló, y, sin embargo, continuó soplando con ritmo.
Luego de pasar por una bocacalle, vio al señor, que exhibía un rostro de exasperación, y recién avanzó con rapidez, pues entendió que estaba llegando tarde. “Uy, el señor está amargo, creo”, pensó.


Ya delante de su patrón, bajó sus cosas y saludó con verdadero cariño: - Señorcito, buenos días. ¿Cómo se encuentra hoy?
-A ti que te importa cómo estoy -respondió el señor, agresivamente-. Debiste aparecer hace media hora.
-Sí, señorcito -dijo el jardinero, bajando la cabeza-. Pero no se moleste. Al fin y al cabo, he llegado ya, ¿no?… Dígame, ¿para qué soy bueno?
-Primero, la próxima preséntate más temprano -manifestó el señor-, porque de lo contrario no te daré ningún encargo -y, relajando su mal carácter, señaló el árbol-. Bueno, ¿ves a ese?
-Sí.
-Deseo que lo hagas caer.
-Pero… -dijo el jardinero, mirando el árbol por un momento- ese está sano y fuerte. ¿Por qué quiere que lo baje?
-¡A ti qué te interesan mis razones! -el señor volvió a encolerizarse-. ¡Sólo córtalo!
-Como desee, entonces -aceptó el mandado el jardinero -. Lo haré lo más pronto que pueda.
-Espera -agregó el señor, rascándose la cabeza-. Si te lo cuento, tal vez trabajes con más ganas.
-A ver, señorcito.
-Mira, sucede que mi mujer está muy enferma -se explicó el señor-. Ella cree que va a morirse.


Pero considera que eso no sucederá hasta que cante un ave de mal agüero. Y en el único lugar en que se puede colocar dicho animal es en ese árbol. Por lo tanto, mientras no exista esa planta fregada, ningún pájaro se hará escuchar.
-Entiendo, señorcito -dijo el jardinero, respetuosamente.
-Bueno, ahora me voy -finalizó el señor-. Tú ya sabes cuál es tu trabajo.
Mientras se retiraba el señor, el jardinero se paró delante del árbol y lo observó con atención: bajo el sol intenso, tenía un aire majestuoso y superior, como de alguien importante. “Además”, pensó él, “parece de ánimo duro y voluntad terca, igual que un señorón de esos”. De inmediato, el jardinero se acobardó, y contrajo el cuerpo hasta juntar la quijada con el pecho. Su meditación le indicaba que debía mostrar respeto, pues no estaba tratando con un igual. Pero, luego de unos segundos, cuando se dio cuenta que estaba frente a un árbol, se irguió por completo, se colocó en posición de pelea, y dijo en tono desafiante: -No me vencerá ni con su porte de señor ni con nada… ¡Y, por último, no permitiré que le haga daño a la señora!
Desde la perspectiva del jardinero, el árbol pareció responder a sus palabras: se agitó ligeramente, como si se estuviera riendo ante su amenaza.

***

-Ha llegado su fin, señor árbol -se animó el jardinero, levantando la tijera de podar-. Ahora sabrá de mi oficio.

Con una minuciosidad de artista, y sobre su escalera de tablas, empezó cortando las ramas más pequeñas. Para alguien no avisado, daba la sensación de estar realizando una labor de peluquería, pero trasuntada a los oficios que requieren las plantas. Luego de varios minutos, cuando terminó con su tarea, y dejó al árbol sólo con su enramado grueso, tomó el machete y, con golpes secos, acabó por tirar abajo esos brazos marrones y tortuosos. Ya con la cara y el pecho manchados de tierra, descendió al suelo, y procedió a alistarse para el trabajo más arduo: quebrar el tronco. Empuñando el hacha con ambas manos, taló una y otra vez, deteniéndose a ratos para secarse la frente o beber agua de una botella de vidrio. Media hora después, cuando estuvo a punto de concluir (sólo faltaban tres o cuatro hachazos), cogió la soga y, con mucha precisión, la envolvió a un lado del tronco. A continuación, tiró con potencia, hasta que, tras el grito “¡cuidado abajo!”, el árbol cayó vencido, desplomándose en su integridad.
-Le dije que acabaría con usted -soltó el jardinero, dibujando una media sonrisa-. Ahora, pues, le verá el señor.
Mientras tanto, el sol seguía gobernando con ímpetu, lanzando sus rayos como si estuviera dando su bendición a todos los seres existentes. En respuesta, las flores abrían sus pétalos de colores, invitando a que cayera en su interior un poco de la energía dorada que se desperdigaba por el campo; y los animales, con una alegría que manifestaba éxtasis, jugaban desplazándose de un lugar a otro y produciendo una bulla disonante pero feliz. Más allá, sin embargo, un conjunto de nubes albas, que poco a poco se volvían de un gris espectral, acechaban como fantasmas, y expandían su sombra tensa por algunos bastos territorios. A su vez, el viento, al que parecía fastidiarle la claridad del día, exhalaba hacia el este, ora con suavidad, ora con una potencia desgarradora, y, lentamente, desplazaba a los copos blancos del cielo a su encuentro con el astro rey.
Avanzando sin apuro, el jardinero se acercó a la casa y tocó la puerta. De inmediato, el señor se asomó y preguntó qué deseaba.
-Ya he acabado, señorcito -dijo el jardinero, con tono alegre-. Puede decirle a su señora que esté tranquila. Nada le va a pasar.
-Oye, ¿pero tú estás bruto? -se molestó el señor y, estirando un dedo, indicó-. ¡El árbol sigue allí! -¿Qué? -se impresionó el jardinero, volviéndose-. Pero si hace un rato…
-¡Cumple con tu tarea, so vago! -concluyó el señor, y lanzó la puerta.
Estupefacto, el jardinero le puso los ojos al árbol con una cólera ardiente: este se hallaba con su tronco intacto, sin ninguna rama quebrada y con su mechón de hojas llenas de una vida arrogante.
-No me la va a hacer -reventó el jardinero, colérico-. ¡A mí no me la va a hacer!

***
En las alturas, el viento, que había soplado con una fuerza liberada, empujó las nubes a lo largo de varios de kilómetros y, habiendo logrado su propósito inicial, oscureció el ambiente de tal forma que todo se tiñó de una coloración ceniza. Las nubes, con su naturaleza ahora abultada y negra, expedían relámpagos incesantes y provocaban la sensación que, de un momento a otro, iban a explotar definitivamente. El sol, del que ya sólo se podía observar cierto resplandor y algunas de sus lanzas brillantes, moría sin luchar y estático, como si le hubiera sido suficiente su breve reinado.
-Con que sí, ¿no? -dijo el jardinero, destilando amargura.
Con movimientos presurosos, se sacó la chompa y el polo, y se amarró una faja de cuero alrededor de la cintura. Sin esperar un instante, cogió su hacha y, furiosamente, golpeó el árbol en su base. Repitió este acto numerosas veces, sin descanso ni para tomar un suspiro, hasta que logró dejar al aire libre el centro mismo del tronco. “Tendrá que derrumbarse”, pensó el jardinero, dirigiéndose al árbol. “A las buenas o a las malas”. Prosiguió con rabia cada vez más intensa, como si, en un arranque de locura, estuviera asestándole cuchillazos homicidas a una víctima que estuviera a punto de fenecer. Luego de uno minutos, con su entorno lleno de astillas de madera, el árbol empezó a inclinarse hacia la izquierda. Dejando la cuerda que uso anteriormente a un lado, lanzó terribles puntapiés contra la corteza pelada, y, rechinando estremecedoramente, el árbol se derrumbó.
-¡Le dije que no podría conmigo! -se exaltó el jardinero-. ¡Se lo dije!


Para que no haya duda de su logro, siguió asestándole tajos al árbol caído. Con el rostro y la espalda húmedos de sudor caliente, le dio duro a las ramas, casi sin distinguir las que eran pequeñas de aquellas de mayor tamaño. En quince minutos, y exhibiendo unos dedos encallecidos, tuvo a sus pies un enorme montículo verde y castaño. A continuación, aprehendió otro instrumento (una sierra), y prosiguió con el tronco desnudo. Sin conmoverse por la savia que se derramaba a manera de sangre, hirió progresivamente el cuerpo tendido, hasta sacar la primera rodaja de madera. Tres cuartos de hora después, no existía tronco, sino una docena de trozos circulares. “Aquí no acaba la cosa”, le dijo al árbol, mentalmente, mientras jadeaba de cansancio. “Sólo ha comenzado lo bueno”. Con el hacha, y ya gastando las últimas energías que le restaban, destrozó las mencionadas piezas y, como si fuera a prender una fogata, acumuló leña en grandes cantidades.

-¿Quién es el señor, pues? -dijo el jardinero, completamente cansado, pero orgulloso-. ¡Ahora dime quién es el señor!
-A quién le hablas, loco de mierda -gritó el señor, desde el interior de su casa.
El jardinero se volteó y, dirigiéndose al señor con un tono triunfante, le anunció: -¡Ya terminé! ¡Venga usted a ver cómo quedó!
El señor abrió la puerta y quedó callado, como si estuviera pensando la manera más punzante de responder un insulto.
-¡Tarado! -soltó por fin, y agregó, con la mirada ardiente: -¡Pero si allí esta el árbol! ¡Acaso tratas de reírte de mí!
Estupefacto, el jardinero dirigió su cabeza hacia atrás y, con las articulaciones temblorosas, se encontró con el árbol íntegro, tan igual como lo había visto a su llegada.
-¡Carajo, termina de una buena vez o ya no querré más tus servicios! -indicó el señor, y se marchó golpeando la puerta.
El jardinero, jalándose de las crenchas, gritó: -¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡No le dejaré vencer! ¡No!

***

Explotando por un frenesí agresivo que le enfermaba la cabeza, el jardinero no reflexionó un momento, sólo se dejó llevar por el mero arranque del impulso, y empezó a empapar el árbol con la gasolina que tenía en una botella. Mojó la parte más expuesta, desde las zonas visibles de las raíces, hasta el tronco que se perdía por las ramas entreveradas. Como su pulso era descontrolado (no aguantaba la irritación que le producía haber sido derrotado dos veces por el árbol), manchaba el suelo y sus propios pies calzados con sandalias. Finalmente, empapó un trapo y, llevado por un afán piromaniaco, lo encendió con fósforos y lo arrojó al árbol. Este ardió como una antorcha gigante y crepitó sin cesar, expulsando densas humaredas negras.


-¡Le derroté! -saltó de alegría el jardinero-. ¡Ahora sí le derroté! -y se puso a reír con carcajadas enajenadas-: ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!
El sol había desaparecido por completo, sin dejar siquiera un modesto rastro de su presencia. Las nubes, que eran las nuevas gobernantes del cielo, lucían un negro intenso y, además de reventar en fragorosos espasmos de luz, echaban rayos como si fueran brujos vengativos. El viento, perdiendo toda coordinación, soplaba a mansalva, entreverándose en desorden y careciendo de un sentido claro. De un momento a otro, se escuchó un tronar más fuerte que todos lo anteriores, y, por un instante, se vivió una atmósfera paralizada, como si el tiempo se hubiera detenido en una fotografía.
Y, con violencia, llovió.
-¡No! -chilló el jardinero-. ¡No se liberará de esta!
Las llamas del árbol, que habían crecido considerablemente, empezaron a apagarse, y el humo brotó en espirales como una serpiente encantada de su canasta. El jardinero, sin esperar un segundo, y con movimientos torpes por la desesperación, echó más gasolina, y, por casualidad, se empapó el pecho y las piernas.
¡No le dejare ganar! ¡No! -aulló, y, sin ninguna razón, volvió a lanzar risotadas-: ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!
En seguida, prendió fuego. El árbol se envolvió en llamas, pero no con el mismo brío de antes. Con lo ojos desorbitados, el jardinero se puso a silbar, como lo hizo al principio del día. Pero ahora, acompañado de su música, también bailó, dejando huellas largas sobre el barro. Su tonada era exaltada, y hacía referencia a un triunfo supremo y una alegría espiritual. Era una melodía propia de fiestas carnavalescas, pues estaba compuesta de partes jubilosas y de un ánimo lujurioso. Pero, en lo profundo, tenía un aire lúgubre, que indicaba la melancolía que produce la proximidad de la muerte. Sonaba como el anuncio festivo y resignado de alguien que, pese a sus esfuerzos sobrehumanos, fallecerá.
El jardinero bajó mecánicamente la cabeza y, sin sorprenderse, descubrió que tenía la bota de su pantalón encendida. Ya sin cordura, se bañó con lo que restaba de gasolina, mientras expedía a grandes aullidos:- ¡Ja, ja, ja! ¡Ju, ju, ju!
Y, con el cuerpo en fuego a lo bonzo, gritó-: ¡Así usted morirá! ¡Morirá!
Y corrió a abrazarse al tronco del árbol: fuego y fuego se unieron y, hasta consumirse, no se apagaron.

***

No pasó mucho (de dos a tres horas) para que las nubes se desgastaran en su trance líquido, pues, a medida que evacuaban agua, se consumían al igual que cuerpos afectados por la hambruna. En un momento dado, desaparecieron del horizonte, y se presentó, con un aura renovada, quien gobernaba en un principio: el sol. Este, despidiendo su luz brillante, impartió una vida nueva a la atmósfera, que se mostró caliente y acogedora como una madre. El viento, por su lado, se relajó por completo, y únicamente se hacía sentir a manera de una brisa fresca que relaja los rostros y mueve con sutileza las cosas dóciles.
El señor salió de su casa y se encontró con una escena pavorosa: desperdigadas por el piso, había un hacha, una sierra, una soga, un recipiente y una tijera de podar; más allá, un cuerpo calcinado, que sólo mostraba como piezas intactas sus dientes blancos, se exhibía con un gesto furioso y tenso; y, al lado, el árbol se levantaba íntegro y con la vida lozana del que ha renacido.
-Pero… -se dijo el señor, sorprendido-. ¿Pero qué ha pasado?
De pronto, un ave negra se posó sobre una de las ramas gruesas del árbol. El señor, que la había visto llegar, cogió algunas piedras e intentó espantarla.
-¡Fuera! -decía-. ¡Fuera, monstruo!
Sin hacerle caso al señor, el ave negra abrió el pico y, haciendo primero unos gorgoritos, cantó con una sencillez sublime. Luego, esquivando uno de los proyectiles que le lanzaron, se marchó.
-¡Maldita! -le gritó el señor, alzando los puños-. ¡Maldita ave de mal agüero!

***
En la noche, bajo una luna colmada de reflejos, la esposa del señor murió luego de un vómito de sangre.

domingo, 16 de marzo de 2008

KONZERT FÜR DEN FRIEDEN: KOLUMBIEN / VENEZUELA / ECUADOR

A las 19:18 horas de Alemania ha empezado el concierto "Paz sin fronteras" organizado por Juanes contra la guerra, en el puente fronterizo Simón Bolivar que une Venezuela con Colombia o Colombia con Venezuela. Fuente fotográfica: www.juanes.web.com

Haltestelle Iberoamerika hat die Sendung von heute Sonntag den 16 März 2008 den Sängern und Leuten vom Konzert PAZ SIN FRONTERAS gewidmet. Der kolombianische Sänger Juanes hatte die Idee, ein Friedenskonzert an der Grenze von Kolumbien und Venezuela zu organizieren. Im Moment kann man es Life sehen auf:

http://cosmos.bcst.yahoo.com/up/player/popup/?rn=650671&cl=6964933&ch=&src=yespanol&lang=esa

Sein Management erklärte, Juanes wolle mit diesem Konzert die Beziehungen in der Region festigen - die letzten Konflikte hatten zu empfindlichen Spannungen geführt.

Neben Juanes werden zu dem Musiker aus der angesprochenen Region auf der Bühne stehen wie Juan Luis Guerra aus der Dominikanischen Republik, Miguel Bosé und Alejandro Sanz aus Spanien, Juan Fernando Velasco aus Ecuador, Ricardo Montaner aus Venezuela und Carlos Vives aus Kolumbien. Das Konzert wird übrigens zwischen der kolumbianischen Stadt Cucuta und San Antonio de Tachira in Venezuela stattfinden, meldet die news.ch.

El concierto ha empezado a las 19:17 horas de Europa con un grupo de niños venezolanos y colombianos interpretando un ramillete de canciones en un escenario instalado en el puente Simón Bolivar que une la ciudad colombiana de Cúcuta y con la venezolana de San Antonio.
Juanes, en una entrevista concedida a la revista Musicians life, respondió a la pregunta de ¿qué desea e el futuro?:"Paz en Colombia.
Ihr Wunsch für die Zukunft?„Frieden in Kolumbien!“ , sagte Juanes in einer Interwiev.
La página oficial de Juanes en idioma castellano, donde se puede encontrar informaciones sobre el referido concierto, es la siguiente: http://www.juanesweb.com/

domingo, 9 de marzo de 2008

ZAPATERO GANA LAS ELECCIONES EN ESPAÑA

Fuente fotográfica: Portal en Internet del PSOE. www.psoe.es

José Luis Rodríguez Zapatero seguirá en el cargo de jefe de Estado del gobierno español. Su partido, el Partido Socialista Obrero Español PSOE, ha ganado las elecciones con más del 40% de lo votos. Con el 93% de los votos escrutados, a las 23 horas de hoy domingo 9 de marzo de 2008, el PSOE obtendría 168 escaños y el Partido Popular PP, 154. Para obtener mayoría absoluta en el parlamento español se necesita 174 escaños. Todo indica que el PSOE trabajaría en la siguiente legislatura con Convergencia y Unión CIU, que ha obtenido 10 escaños y con el Partido Nacionalista Vasco, que ha obtenido 6 escaños.


Fuente fotográfica: Portal en Internet del Partiddo Popular PP: www.pp.es

Los escaños restantes se han repartido de la siguiente manera: Izquierda Unida, 3 escaños; Ezquerra Republicana de Cataluña, 3; CC PNC, 2; BNG, 2; UPyD, 1 y Na-BAI, 1.

Tras estos resultados, los analistas apuntan que el PP tendrá que renovar totalmente sus cuadros partidarios, empezando con Mariano Rajoy y acabando con Manuel Acebes. En Izquierda Unida, su líder, Gaspar Llamazares ha presentado su dimisión y la sorpresa la ha dado, el escaño ganado por el más joven de los partidos de España UP y D.

domingo, 2 de marzo de 2008

ATMÓSFERA RANCIA ENTRE COLOMBIA, VENEZUELA Y ECUADOR

Fuente fotográfica: www.nozio.com Luego de conocerse la noticia de la muerte del número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) Raúl Reyes, tras él ataque aéreo a su cuartel improvisado; y tras la protesta del presidente ecuatoriano Rafael Correa por haberse violado su territorio para dicha operación, el presidente de Venezuela mostró su apoyo a Correa y cerró su embajada en Bogotá. Lo mismo ha hecho Ecuador.

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha dicho hoy en su programa Aló presidente que ofrece a Correa su apoyo y consideró que lo sucedido y las explicaciones ofrecidas por Colombia "es una cosa muy grave". "Esto puede ser el comienzo de una guerra en Sudamérica", sentenció, subrayando que "si a usted se le ocurre hacer eso en Venezuela, presidente Uribe, le mando unos Sukhoi, compañero", indicó en referencia a los aviones de fabricación rusa, de acuerdo al diaro español El País.

Anunció, además, que no asistirá a ninguna cumbre ni encuentro internacional en Colombia y ordenó movilizar diez batallones en la frontera con Colombia y el despliegue de la aviación militar.

"Nosotros no queremos guerra, pero no le vamos a permitir al imperio norteameicano ni a Uribe que nos vengan a dividir y a debilitar. No lo vamos a permitir", recalcó.

Aus Wikipedia:

Am 1. März 2008 gab das kolumbianische Verteidigungsministerium den Tod des Sprechers des Oberkommandos der FARC, Raúl Reyes, bekannt. Er sei bei Gefechten zwischen Armeeeinheiten und der FARC, zusammen mit 16 weiteren Rebellen, auf ecuadorianischem Gebiet, 1800 m von der kolumbianischen Grenze entfernt, getötet worden. Später stellte sich heraus, dass die Guerilleros im Schlaf in einer Behelfsunterkunft von Flugzeugen bombardiert worden waren. Nach Angaben von Bewohnern des Gebietes handelte es sich dabei um einen heftigen Bombenangriff, der von mindestens 5 Flugzeugen erfolgte. Zwei Leichen wurden von kolumbianischen Militärs geborgen und nach Kolumbien geschafft. Zwei verletzte Frauen wurden von ecuadorianischem Militär gerettet. Der ecuadorianische Präsident, Rafael Correa, beschuldigte Kolumbien der Verletzung der Hoheit seines Landes und zog seinen Botschafter aus Kolumbien ab. Der Präsident Venezuelas, Hugo Chávez, ordnete die sofortige Schließung der Botschaft seines Landes in Kolumbien und eine verstärkte Militärpräsenz an der kolumbianischen Grenze an.