viernes, 12 de octubre de 2007

EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ 2007 PARA AL GORE . MI PREMIO PARA LOS QUE VIVEN AMANDO A LA PACHAMAMA

Fuente fotográfica: BBC en español (http://news.bbc.co.uk)

Por José Carlos Contreras Azaña


Me entero, que hoy 12 de octubre de 2007, el ex vicepresidente de EE UU Al Gore y el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU han sido galardonados con el premio Nobel de la Paz 2007.

A propósito de ese hecho, me volvió a la memoria el pensamiento que señala que la naturaleza no necesita del hombre, sino que el hombre necesita de la naturaleza. Estas palabras retumban en mi oído desde la primera vez que las escuché. Cuando era niño y visitaba a mi abuela que vivía en el corazón de los Andes, Huarochirí,, sentía esa simbiosis del ser humano con la pachamama. Desde mi sombra de niño recién llegado desde la capital costeña, Lima, veía a mi alrededor los imponentes Andes alzados en el centro de Perú. Era una imagen impresionante, que ahora, al estar en Europa, no olvido nunca. Un mundo sin coches y sin emisiones, sin relojes que te hacían recordar tus retrasos, ni televisores, ni parafernalia electrónica que te poseían la existencia.


Ese paisaje andino, era el cuadro perfecto para dejarse caer sobre la yerba donde las vacas o las ovejas de mi abuela pastaban bajo un cielo límpido y azulino. Como era limeño, nacido en esa ciudad colmada de edificios y coches expeliendo gases a la atmósfera, no podía comprender la importancia de la vida al lado de las estrellas en la noche.


Cuando era niño, nunca había comprendido por qué a mi abuela no le gustaba la ciudad, una ciudad llena de todas las comodidades posibles. Ahora la entiendo. Ella se murió de pena en la gran ciudad, Lima, alejada de su pachamama, de sus lagos y sus picos andinos vestidos de blanco perpetuo, que si los hubiera visto ahora sin blancura y deshielándose, seguro que se hubiera puesto a llorar.


Pero la abuela estaba vieja, y sus hijos, que la amaban un montón, no la podían dejar sóla en los Andes a la merced de unos ojos que ya dejaban de ver y de un cuerpo que ya iba sin las fuerzas suficientes. Así que pasó lo que tenía que pasar. La ciudad se la la comió y sus ojos se cerraron pensando en sus quebradas y ríos cristalinos. Ahora la comprendo. Ahora sé el valor de la madre tierra, de la naturaleza, esa naturaleza que quieren hacer respetar las comunidades indígenas de latinoamérica para defender su entorno, su naturaleza, sus ríos y sus lagos, defenderla de las empresas que llegan y desparraman residuos que matan la vida, que pisotean el verde que te quiero verde que cantaba Lorca y que Arguedas rendía pleitesía.


Mi abuela nunca hubiera aceptado que sobre los cerros donde pastaban sus rebaños y cosechaba su trigo y su cebada, alguien pusiera sus manos y la destruyera.


Desde entonces, he comprendio el valor de las personas que viven de la mano de la naturaleza, desde los nómadas samis, en el círculo polar; hasta las mujeres y hombres que hace unos días fueron fotografiados en el Amazonas, en la frontera peruano-brasileña, desde el aire y que viven sin contacto con nuestra sociedad.


Al Gore, el ex vicepresidente de los Estados Unidos ha ganado el Premio Nobel de la Paz por su trabajo de difusión para respetar a la madre tierra. Espero que Al Gore multiplique sus esfuerzos para educar a las empresas internacionales y países ricos que forman parte del problema, o mejor dicho empeoran el problema.

Quizá un día, el ser humano deje de existir, pero vendrá, estoy seguro, otra forma de vida, porque, en fin, la naturaleza quedará allí. Quizá aparezcan seres que podrán vivir en medio de los restos tóxicos y bajo un cielo de lluvia radioactiva. No lo sé. De lo que sí estoy seguro es que ahora la pachamama está resfriada y que nos estamos pasando de la raya.


Mi Premio Nobel, va para todas las campesinas y campesinos y, ciudadanas y ciudadanos que protejen y respetan a la naturaleza. Para ellos nuestro respeto y admiración. Para Al Gore, también.

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